Foto: David Larrosa, 10 años

martes, 25 de septiembre de 2012

A LA CAMA SIN CENAR




Llaman a la mesa pero no importa, aún tengo tiempo para la última réplica. Maldición: el Anfitobeum la ha previsto, alza las alas y escupe un rayo de fuego. Me queda un Ataque Agua. Disparo y el chorro entra por sus fauces. Cae de espaldas, fulminado. Humea, intenta levantarse. Dicen que estoy muy mayor para jugar a esto pero oigo ‘¡estamina baja!’ y no puedo dejarlo, tengo que hacer un último esfuerzo para pasar de nivel. Activo el Bono Estamina que he ganado con el impacto y un rugido l.000 decibelios rompe sus tímpanos alienígenas y me coloca tres estrellas en el vértice, y una vida.
La consola vibra, una gran onda expansiva incinera la pantalla y alguien dice a lavarse las manos, a comer. ¡Maldita sea!, hay Partida Nueva y un Mentoniak salta a la arena, furioso. Imposible dejarlo ahora. Es un Mentoniak Blue y avanza decidido hacia mí. Sé que tiene una Burbuja Eléctrica; si me adelanto, aún puedo interceptarla.
El Mentoniak levanta la cola de escorpión y por una fracción de segundo sé que debo empuñar el escudo, pero la tercera llamada a la mesa me distrae, titubeo y no lanzo el ataque.
Mi perdición. Culebrea a una velocidad de mil demonios y con su alfange de escorpión me cercena la cabeza a la altura de los cuernos. Noto cómo el cerebro me salta por los aires, me estalla el pecho y mi sangre verde salpica alrededor mientras un tintineo de fondo proclama que los puntos se acumulan fatalmente en el marcador contrario.


Para David (que siempre cena).

martes, 18 de septiembre de 2012

LA BUHARDILLA




Siempre le habían gustado las casas grandes, con muchas más habitaciones y baños de los que necesitaba, y sobre todo con una buena buhardilla. Cada vez que se mudaba de país, Marcello llamaba a su agente inmobiliario de Milán y este le ponía en contacto con alguien de confianza en la ciudad de destino, donde le mostraban un catálogo de casas de alquiler con buhardillas grandes.
La similitud entre las casas que ocupaba era un elemento estabilizador en su vida itinerante. La carrera diplomática le había permitido viajar, conocer  personalidades, acumular ahorros y hasta algunos lienzos catalogados. Se sentía satisfecho, aunque no tanto por su bienestar económico como por los momentos de genuino interés que habían alumbrado todos y cada uno de los días de su vida. A sus sesenta y tres años estaba convencido de haber alcanzado la plenitud y de haber sido feliz, intermitentemente.
Su sentido de la realidad tenía algo que ver en ello, sin duda. Nunca había dejado de contemplar el curso de los acontecimientos bajo la amenaza de una pérdida fatal. Quizá eso le había protegido. Tenía presentes algunos destinos injustos, como el del padre Domenico, cuya magnífica obra fuera arrasada por el fuego desquiciado de unos indígenas. O la desesperación los compatriotas que llegaban a la embajada de Bombay desposeídos de su vida entera tras las peores inundaciones de la historia. Lo llenaba de tristeza la amargura de su amigo Luca, jamás repuesto de la pérdida de su hijo por leucemia. El mundo estaba lleno de apuestas malogradas y sueños rotos, que proliferaban como cascotes flotando a su alrededor. Pero él sabía vivir el momento y valorar las cosas en su justa medida. Sólo necesitaba una maleta para seguir adelante. 
Políticos, financieros, actores, artistas, científicos y prostitutas; momentos clave de la historia y momentos clave de la vida de algunas personas; relaciones difíciles, tensiones internacionales, acuerdos económicos. Sentado en la última de sus buhardillas, satisfecho de haber esquivado los peores golpes de la vida, Marcello se preguntó dónde establecería su último hogar, si en Milán o en su Brescia natal. Y cuál sería el aspecto de su última, definitiva casa, dotada de una buhardilla tan grande y vacía como la que contemplaba ahora, idéntica a todas las anteriores. Su pulmón de acero.



martes, 11 de septiembre de 2012

COMPETENCIA INÚTIL



Esbeltas, livianas y rutilantes, se precipitan en una carrera que se desviven por ganar. Un fondo de aplausos las envuelve. Nadie les garantiza el futuro, aunque probablemente esperan tener éxito. Me han tomado mucha ventaja, pero yo sé que ser redondita y cachazuda tiene su propio premio. Simplemente porque estoy siendo observada por ti. Soy todo tu mundo en este instante: un mundo esférico de gota transparente, tranquilamente aposentada en tu ventana.



Dedicado a mi amigo Javier Ximens (intentando comprar su benevolencia, jeje). Con un beso.

martes, 4 de septiembre de 2012

BIFURCACIÓN




Los huesos siguieron llegando, pero yo ya no estaba allí. Se acumularon por los rincones, se desordenaron en las salas, fueron codiciados por los visitantes de paso. Los había (cosas de la ignorancia popular, mezclada con la buena fe del envío) de todo tipo de animales, y hasta algunos humanos. Incluso llegaban con mordeduras, como si en el último momento su remitente los hubiera sometido a cata. 

            Dos décadas después me pregunto si fueron vistos, descartados por algún experto. ¿Merecieron pruebas de carbono y ADN? Si, como era mi propósito, me hubiese dejado la vida en el empeño de la reconstrucción, tal vez su puzzle histórico se elevaría entero en el centro de la cueva. Un monumento al tesón, mejor que nada. Incluso, fantaseo, mi propio esqueleto serviría al final para ilustrar la complejidad del ser humano frente a la simpleza de los saurios, y mi nombre daría nombre a un centro geológico.

            En lugar de eso, vivo pujando por los vestigios más remotos de la antropología en el mercado negro de Internet, a la captura del tiempo y la eficiencia. Aunque algo me dice que la velocidad empaña la tarea minuciosa de cualquier aspirante a la gloria. 


Este microrrelato es una versión actual de otro escrito hace un par de años. Muchas gracias a quien tenga el tiempo y la paciencia de darme su opinión comparativa.



EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO

La revista siguió llegando, pero yo ya no estaba allí. Cada número era una posibilidad de que mi cuento hubiese ganado el certamen mensual. Si mi nombre aparecía en letras de molde, como decíamos entonces, con la revista bajo el brazo visitaría todas las editoriales y periódicos solicitando al redactor jefe una oportunidad. Pero me fui de allí y me fui lejos, y me fui décadas, y las revistas fueron apilándose, cerradas aún en su gran sobre de correos con mi nombre. ¿O no las apiló nadie? ¿Fueron leídas, donadas, encuadernadas, cubrieron el suelo fregado de una cocina, alzaron las posaderas de un niño que no alcanzaba a la mesa? Hoy pujo en Internet por los números perdidos con la obsesión de un ludópata, buscándome ilusamente donde me dejé, como si llevar mi nombre premiado bajo el brazo pudiese volver a conseguirme un gran futuro por delante.