SILENCIO I
En esta casa no hay domingos ni festivos. Los postigos permanecen entornados día y noche. La quietud de afuera, sólo rota por el paso de mi barca a la luz del crepúsculo, se desdobla en el interior sala por sala.
Custodio los latidos cada vez más tenues de los muros. Sé que falta poco para que impere el vacío; deseo entrar y enseñorearme de su espacio de paredes altas, de pálidas yeserías y lánguidas penumbras. Otros caserones habitan la melancolía agreste del delta, pero ésta y no otra será mi casa, entre huertas, bosques y sudestadas. Mi casa para descansar del interminable remar de mi canoa.
No me importa su precio en almas.
Horacio Butler
SILENCIO II
El ronquido vetusto y gigante resuena por toda la casa: de la habitación oscura brota el estertor. Su ritmo exacto iguala noches y vigilias. María teje y desteje una cárcel de cuidados.
El ruido del bastón, pam, pam, pam, la urge a cumplir exigencias. Con una mirada interpreta una orden. No tiene vida, sólo respuestas.
Hoy la luz inunda toda la casa. El aire corre, no huele a fármaco. Sábanas de algodón limpias y el claro del crucifijo ausente le recuerdan que el silencio existe. Ya evadida, aún secuestrada, María escucha siempre el pam, pam, pam de aquel bastón.