Foto: David Larrosa, 10 años

martes, 25 de octubre de 2011

ROMANCE FRONTERIZO


Ella es muy joven y está casi convencida de que estar con él es lo que tiene que hacer en esta vida. Que él es su destino. Él no lo duda. Ella duda de su convicción. Él hace planes por primera vez: cree que ella es su ángel y que sólo con ella existe un futuro. Promete que todo cambiará. Ella no sabe si todo cambiará. Cambiará de vida: será un hombre respetable, buscará trabajo, tendrán hijos. Ella ni se imagina encinta. Él la necesita para siempre. Puede que ella también a él. Tanto depende él de esa conjunción redentora, que jura que ella es su ángel. Moraima no puede negarse a ser un ángel. Él dice que es sólo suya. Aterrador y sublime. La joven duda un segundo. Luego decide que el amor es así: absoluto.
             Cuando regresan de la boda, él cierra con llave la puerta. 






Este micro es un modesto homenaje a uno de los romances que más veces he releído y que más admiro. En términos modernos creo que hasta podríamos calificarlo de "microrrelato", no sé. Va el enlace para quienes no lo recuerden, y a pesar de que la comparación me deja, obviamente, muy por detrás del original.

martes, 18 de octubre de 2011

ERE QUE ERE


[Gracias a vuestros comentarios he hecho una rectificación: he cambiado la frase de los asiáticos, demasiado abstracta, por la de la ruleta rusa. Creo que así mejora el texto. Gracias a todos.]


Estoy deseando llegar a casa pero en un último golpe de voluntad doy un volantazo y entro en el túnel de lavado. Como si necesitara un automóvil limpio. Como si pudiera limpiar mi Expediente, lavar mi Regulación, ignorar que estoy en la ruleta rusa. Espero mi turno en una interminable cola de tres, todos con matrícula R. Entran uno a uno, en punto muerto, deponiendo su último aliento al túnel. Me toca: la sonrisa de Cheshire del anfitrión me da siniestra entrada con el trapo de secar.
Me anclan la rueda y suena a bola de condenado. El rodillo de gamuza empieza a girar, ansioso, dentro del túnel. Dócil, el coche entra. Acato el primer jabón. El rodillo me enjabona vigorosamente la cabeza, pasa por delante, por en medio, por detrás. Enseguida aparece el pulpo gigante, amenazador, en lo alto: descomunal, acuna una impúdica cintura de tentáculos, zipzap, zipzap, movimiento hipnótico que sin solución hostiga techo y ventanas. Me deglute y ciega; mis oídos se taponan, cobardes. Oigo cómo la antena se cimbra histérica, intenta huir, chilla y la azotan contra el techo. Ribetes de espuma lloran lentos sobre los cristales. Trato de calmarme pero un ejército de rodillos vertical viene a por mí en acompasada marcha. Fustiga retrovisores y ventanas, me abofetea rítmicamente. Tras un segundo de respiro, un hilo de agua, despectivo salivazo de llama, riega el auto con alguna cera.  Por un momento avanzamos a oscuras, no ocurre nada más y el ruido se aleja... La nada es eterna. Al fin, un último arco de cepillos nos estruja en pavoroso abrazo. Luego, una lluvia fina y floja, indolente, nos libera.
No me sosiega el lento regreso a la luz de la calle. Ni la sonrisa del limpiacoches secando con energía el capó. Licuada en la fuga interminable de regueros que resbalan desamparados por el suelo, mi conciencia siente un vacío infinito. Ya no hay vestigios de los coches precedentes que, limpios como en día de fiesta, dispersaron sus caminos entretejiéndose en la urdimbre activa de la gran ciudad. Ahora, sólo me queda mi casa.

martes, 11 de octubre de 2011

INSTRUCCIONES PARA LEER

            Para leer un microrrelato no importa cómo venga usted vestido ni se requiere reserva. Sólo se  necesita buena predisposición. Deberá conocer el uso de los cubiertos (de común tres juegos) y las copas (en algunos casos, hasta cinco), aunque por supuesto, no va a utilizarlo todo. Quizá tenga que emplear la cuchara de plata, o alicates de marisco o un cuchillo de sierra para entrecot. Pero no dé nada por hecho. Nuestra consigna es sorprenderle: las croquetas pueden contener helado y el soufflé esconder baba de hiena;* es famoso nuestro turrón de calamar. En esta mesa nada es lo que parece.
            Lo habitual es que se sirva un solo plato, de cantidad insignificante, sabor selecto y diseño espectacular. Puede ir regado con un vino culto o grosero, blanco, tinto o espumoso, pero jamás con insípido rosado. El agua se escancia escasa,  únicamente cuando el plato es muy fuerte. Y raramente servimos postre. Si hay dulce, viene integrado en el menú y tendrá que evocarlo usted mismo. No tenemos ningún interés en que salga de aquí con un buen sabor de boca.
            Lo que sí es preceptivo es el pan, que se sirve al final para arrebañar bien el plato, lo que en este establecimiento se considera signo de interés y gusto por nuestros micros.
            Esperamos que la experiencia sea de su agrado y repita hasta llenarse, como en los tiempos en que frecuentaba locales de gastronomía contundente.

* mala baba.
                                                         Inspirado por, y dedicado a, Jesus Esnaola


martes, 4 de octubre de 2011

CIBERATAQUE

El primer día en que el antivirus interrumpió mi trabajo para anunciarme, en un cuadro de diálogo con símbolos de peligro, que alguien podía estar espiándome, se me encogió el corazón: nueve años de estudios filológicos sobre el uso del verbo haber en las Moradas de Santa Teresa podían pasar a manos de cualquier rival, impunemente. Pero gracias a la ayuda de unos amigos jackers de Facebook invertí los términos. Ahora dispongo de varias megas de información sobre la resistencia del cristal doble en climas tropicales, y estoy dispuesta a utilizarla.




Como hoy ya no contaba con tener blog, cuelgo este micro-comentario que no hace más que reproducir mi sentimiento de desamparo cuando vi que desaparecían cinco meses de trabajo.